Después de afianzarnos en Madrid, decidimos emprender nuestra conquista de Barcelona, con nuestro saber hacer muy presente y el empujón de la capital que nos daba su beneplácito con cada apertura. Hoy ya nos sitúan entre los mejores de la Ciudad Condal.

 

Más de un siglo. Ese es el tiempo que llevamos dando de comer en Madrid. Un buen restaurante de cocina tradicional, calidad, amor por la cocina, honestidad y ambiente acogedor nos situaron en el imaginario colectivo; una apuesta por formatos innovadores pero siempre con el sello de nuestra familia, nos grabó en él. El imaginario es un arma de doble filo: se espera de ti lo que te ha situado en boca de todos, o un poquito más. Esto, lejos de frenarnos, nos ha empujado a arriesgarnos y con la curiosidad cocinera de Nino Redruello y esa mente inquieta y viajera, hemos abierto en todos estos años conceptos muy diferentes, por otro lado bien acogidos. Una de nuestras grandes apuestas fue salir de nuestro Madrid a la conquista de Barcelona y, spoiler de este artículo, nos ha salido bien.

 

Hicimos las maletas y metimos en ellas el recetario de fismuler para abrir su homónimo en carrer del Rec Comtal. La idea era replicar ese restaurante inspirado en los conceptos nórdicos que ya había calado fuerte en Madrid. En Barcelona no tardó en hacerlo. En palabras de Cira López para Vanitatis, “En la Ciudad Condal caló inmediatamente su cocina honesta y artesana que combina ingredientes a priori dispares”. Ese es el gran aval de fismuler, la originalidad, como escribe Cira, “Aquí la originalidad y la creatividad radican precisamente en mezclas que a ti no se te ocurrirían en la vida, pero que acaban teniendo un match de manual”. Y nos gusta esa descripción. Nos gusta ver la cocina de fismuler como el arte contemporáneo -pues qué es cocinar si no un arte-, hay quien dice que esa amalgama de cosas, de trazos y colores puede hacerlo un niño, sin embargo, a pocas personas se les ocurre mezclar cosas tan dispares y, para más inri, que funcionen, que generen sensaciones, que sorprendan.

 

Los medios se hicieron eco de la novedad y ahora, que ya ha pasado algún tiempo, nos afianzamos como referencia apareciendo en esos ránkings de restaurantes que vienen a decir “ya no eres nuevo, ahora eres parte de la ciudad”. David León, en un artículo para Barcelona Secreta, ha incluido fismuler en un ránking que, aunque se titula “Estos son los 22 restaurantes más bonitos de Barcelona”, se centra en hablar de tres clásicos fismuler: el escalope Armando, la tortilla de patata y la tarta de queso de nuestra casa. Aunque la originalidad es bandera, hay cosas que nunca cambian.

 

Al principio de este artículo hablábamos de la cocina con la que nos hicimos hueco en Madrid y crecimos en la ciudad, esa cocina que se graba a fuego en la cabeza y en el paladar, esa que se recuerda. Por eso, nuestra segunda apertura en Barcelona fue Molino de Pez, una casa de comidas llena de recuerdos. Guisos, brasas… tradición familiar que ha seducido a Vogue, quien lo ha considerado uno de los mejores restaurantes de Barcelona (edición 2024). “Molino de Pez: el producto y la cocina bien hecha en primer plano”, comienza el artículo, que continúa con “No te lo puedes perder por: La Ancha es, siempre, garantía de éxito”. A veces el pasado, lejos de pesar, impulsa.

 

Aunque la cocina de Molino de Pez cambia a placer de las estaciones, del mercado y de la cocina, hay clásicos que no cambian: la tortilla de patata es el nuestro. Concretamente la “Velazqueña”, que es como se llama en Madrid a la de patata que contiene cebolla. “Se curran muchísimo la elaboración, y atención, que también la tienen en versión trufada porque este restaurante del grupo fismuler (con origen en Madrid) es uno de esos restaurantes donde —si quieres— la cocina admite un punto de sofisticación gourmet, cuentan en Bon Viveur, donde Óscar Gómez ha incluido Molino de Pez como uno de los lugares donde tomar la mejor tortilla de patata de Barcelona.

 

Efectivamente, la elaboración está muy “currada”: las patatas las pochamos, las enfriamos y luego las “arrebatamos”, las trabajamos con huevo campero hasta crear una masa cremosa, la cebolla la suflamos y caramelizamos y preparamos una especie de crepe de huevo que será la piel, rellenamos con la patata y la cebolla suflada y cerramos. No es una tortilla de patata más y, sin embargo, tiene muchos recuerdos a la tradicional. “Cocina golosísima donde ser feliz, que no es poca cosa a estas alturas”, dice Óscar. Y tanto que sí.